La trabeculoplastia es un procedimiento realizado con láser de argón. Consiste en aplicar el láser directamente sobre la zona de filtración del ojo, el trabéculo, con el fin de aumentar el flujo de salida del humor acuoso y, así, disminuir la presión intraocular.
Esta técnica se indica cuando las gotas (colirios hipotensores) no logran una reducción eficaz de la presión intraocular y el paciente no es candidato a cirugía, ya sea porque el glaucoma no está lo suficientemente avanzado o porque la operación puede significar un gran riesgo para su salud. Para su aplicación, es necesario cumplir una serie de requisitos: ángulo abierto y suficientemente pigmentado.
Una revisión oftalmológica completa es clave para detectar correctamente el tipo de glaucoma y la fase en la que se encuentra y, de este modo, poder indicar la técnica más idónea en cada caso. Para ello, las pruebas diagnósticas más habituales –previas a una posible intervención– son la campimetría (estudio del campo visual), la tonometría (toma de la presión del ojo), la gonisoscopía (visualización directa del ángulo iridocorneal), la paquimetría (medida del grosor de la córnea) y, sobre todo, la exploración del nervio óptico, ya sea de forma directa o con pruebas automatizadas (OCT o HRT).
No hay ninguna precaución o riesgo especial a tener en cuenta.
La trabeculoplastia se realiza en consulta, aplicando anestesia local en forma de gotas y generando molestias mínimas. El procedimiento consiste en dirigir luz concentrada proveniente del láser de argón hacia el ángulo de drenaje del ojo. De este modo se facilita la salida del líquido (humor acuoso) retenido en su parte frontal y, así, se reduce la presión intraocular.
Hay pacientes en los que es posible que este tratamiento no sea suficiente para controlar el glaucoma y deberán evaluarse otras opciones. Además, aunque es una técnica segura y poco invasiva, en algunos casos puede presentarse inflamación ocular tras su aplicación.